Mis novelas

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lunes, 30 de enero de 2017

Booktrailer

Buenos días,

Hoy paso por aquí para deciros que en mi canal de youtube podréis encontrar los booktrailers de mis novelas, no obstante dejaré aquí los links para facilitar el acceso, sois bienvenidos a echarles un vistazo.


Lo que el amor no ve: https://www.youtube.com/watch?v=G2-dd9G_BJ4

Esperando lo inesperado: https://www.youtube.com/watch?v=fQm5guGyS

sábado, 14 de enero de 2017

Relato suspense

Buenos días, sé que tengo el blog un poco abandonado, así que me paso por aquí para dejar un relato que hice para el club de escritura de Puçol, que se reunió ayer y con motivo del Viernes 13 pues se propuso el tema Miedo y supersticiones. Dado que nunca he escrito nada de terror, me ha quedado algo más bien de suspense, pero bueno, lo dejo por aquí, puede que de esto salga en un tiempo una historia.

Como cada mañana el despertador sonaba para que Blanca comenzara su día. Aunque afuera el sol aún no hubiera salido, en el interior de su dormitorio la lámpara de su mesita de noche acababa con la oscuridad.
Nada más levantarse tenía que encender incienso, en cada una de las habitaciones de su piso, y pasear alrededor de ellas con romero, algo que cuando era pequeña vio hacer a su madre todos los días, y que con el paso de los años ella también aprendió, y aunque muchas veces había querido deshacerse de esa manía, le había resultado imposible.
Mientras bebía el café del desayuno, creía escuchar a su madre repetirle: “Blanca, es un ritual para ahuyentar a los malos espíritus, y atraer la buena suerte”. Sonrió al recordar, era una mujer tan mística y supersticiosa, que cuando Blanca alcanzó la adolescencia siempre se reía de ella y le decía: “Ay, mamá, no deberías creer en todas estas cosas que no llevan a nada”.
Después de desayunar, comenzó a arreglarse para ir a trabajar, se vistió con un traje chaqueta, se maquilló de manera natural, se puso sus tacones, que tan segura le hacían sentirse en el trabajo, cogió su bolso, y cuando fue a salir de casa con la chaqueta, enganchó un jarrón que tenía en la entrada, tirándolo al suelo. Entre un gran estruendo se hizo pedazos. “Mierda” exclamó, pues ese jarrón le gustaba, fue un regalo. Miró el reloj, si se paraba para recogerlo llegaría tarde al trabajo, y hoy tenía una reunión.
Mirándose en el espejo de la entrada, para ver si estaba presentable, se dio cuenta que al arrastrar el jarrón, este había roto a su vez el espejo.
—Si mi madre viera esto, se llevaría las manos a la cabeza, pero bueno, no pasará nada porque se haya roto un espejo. —Dijo cerrando la puerta —. Al fin y al cabo solo ha sido un poco.
—Buenos días, Blanca —le dijo Anselmo, uno de sus vecinos, un adorable ancianito, con un oído muy fino —, ¿estás bien? He oído un estruendo en tu casa.
—Sí, yo estoy bien, don Anselmo, no se preocupe, es que se me ha roto un jarrón y un poco el espejo.
—Pues eso son siete años de mala suerte, muchacha.
—No creo en esas cosas, don Anselmo, pero si tengo que tener mala suerte, pues la tendré —respondió Blanca al adorable señor —, y ahora me marcho a trabajar, que no quiero llegar tarde.
—Que tengas un buen día.
Blanca, dejó al anciano en la puerta de su casa, y se fue a las escaleras, por el camino se dobló el tobillo, y no le extrañó, con la rapidez que llevaba, y subida en esas trampas mortales, lo que le extrañaba es que no le pasara algo peor. De camino al trabajo se encontró con un atascó que la retuvo durante una hora, haciendo que llegara tarde al trabajo, por suerte había podido avisar a su jefe de este hecho.
Lo primero que debía hacer era reunirse con su jefe, salió contenta, algo que no sucedía muy normalmente. El resto de la mañana se lo pasó entre albaranes y facturas.
A la hora de la comida se reunió con unas compañeras en el comedor, se había llevado el tupper con una ensalada bien completa. Estaba echándose la sal, cuando un compañero entró asustándolas. A Blanca se le escurrió el salero, ocasionando que los granos blancos se esparcieran por la mesa.
—Échate sal por encima de los hombros para evitar la mala suerte —le dijo Lorena, su compañera y amiga dentro de su empresa.
—No creo en esas cosas —respondió Blanca —, la que sí que lo haría, sería mi madre.
El resto de su jornada, para su suerte, pasó sin contratiempos, más facturas y albaranes fueron sus compañeros. Debido a los recortes, la compañera que tendría que estar ayudándola, había sido despedida por lo que todo el trabajo recaía en ella. Blanca tenía miedo de ser la próxima en ser llamada al despacho, y recibir la noticia del despido, se había acostumbrado a vivir sola, y no quería tener que volver a casa de sus padres.
A las cinco y media de la tarde ya tenía todo el trabajo hecho, y podría irse a casa, pero le quedaba media hora más de trabajo, así que lo dedicó a ordenar un poco su lugar de trabajo. Al salir se encontró con el empleado de mantenimiento, que la saludó como todos los días.
Llegó a su casa muy tranquila, el viaje de vuelta a casa, había sido más tranquilo, no había pillado atasco, y aunque la tarde ya había caído, las luces de la ciudad le hacían compañía.
Cuando entró en su casa, lo primero que vio fue la oscuridad al fondo, y al encender la luz el jarrón roto en la entrada. Encendiendo las luces del resto de su piso, se dirigió a la cocina, necesitaba la escoba para recoger el estropicio.
Miró su reloj de pulsera viendo que eran las siete menos cuarto, todavía tenía tiempo de llegar al gimnasio, para un poco de musculación antes de la clase de boxeo de hoy. Blanca necesitaba el ejercicio para dormir bien, los demonios la asaltaban en sus sueños, y el medico se había negado a recetarle pastillas para dormir.
Blanca preparó su mochila con todo lo que necesitaba para su tarde en el gimnasio, ese lugar se había convertido en su segunda casa, se pasaba allí más tiempo que en su propio piso.
—Buenas tardes —dijo cuando llegó.
—Buenas tardes, Blanca —dijo Paula, la recepcionista.
—¿Han llegado ya los chicos?
—Solo Ricardo.
Blanca se alegró. Dentro de las amistades que había hecho en el gimnasio, Ricardo era su mejor amigo. La hacia reír, de vez en cuando le traía algún regalito, y por las noches la acercaba a su casa.
Se fue directa al vestuario de chicas donde no encontró a nadie, a esas horas había pocas mujeres en él. O estaban dentro de alguna de las clases, o todavía no habían llegado al gimnasio. Se preparó, y con premura fue en busca de su amigo.
—Hola —dijo cuando entró en la sala.
—Hola preciosa —dijo cuando la vio —, hoy no podré llevarte a casa, tengo el coche en el taller.
—Vaya, mira que algo me decía que tenía que traer mi coche hoy —dijo ella entre risas, aunque en realidad le repateaba que no pudiera acompañarla a casa.
—Te puedo acompañar andando, si te vas a sentir más tranquila.
—No te preocupes, si me acompañas te desviaras mucho para ir a tu casa.
—Ya lo hago cuando te llevo en coche —dijo él.
—Ya, pero cuando vas en coche, no se nota tanto.
El resto de chicos llegaron e interrumpieron su charla, ella era la única chica y siempre que tenía que combatir lo hacía con el profesor, ya que sus compañeros cuando habían combatido con ella siempre le propinaban puñetazos muy flojos, o simplemente la dejaban ganar, ella estaba cansada de decirles que no era ninguna princesa.
En la clase estaba bastante intranquila, que Ricardo no pudiera llevarle a casa y que se hubiera olvidado en casa la patita de conejo que su madre le obligó a llevar siempre encima, no dejaban que Blanca se centrase, y José le propinó dos golpes que si los hubieran dado a mala leche la hubieran dejado KO.
El profesor al comprobar que no estaba centrada y que faltaba poco para terminar la clase, la mandó al vestuario. Se tomó su tiempo en la ducha. Cuando salió del gimnasio Ricardo la estaba esperando fuera.
—Hola —saludó ella cuando lo vio, no se esperaba que estuviera esperándole.
—¿No quieres que te acompañe a casa? —preguntó él.
—Te he dicho que no es necesario, nos vemos mañana.
Con un último saludo se despidieron. Blanca emprendió el camino a su casa. Le hubiera gustado escuchar un poco de música para relajar la tensión que recorría su cuerpo, pero prefería estar con los cinco sentidos alerta, intuía que algo malo iba a pasar.
Para llegar a su casa de manera rápida, tenía que pasar por una zona poco iluminada, era un pasaje formado entre varias fincas donde no llegaba la luz de la calle, y en la poca iluminación que había algunas de las bombillas estaban fundidas.
Aun así, tenía bastante prisa por llegar a casa, y ¿qué podía pasarle? No había nadie, ella practicaba boxeo, y sabía cómo defenderse. Aun así, Blanca aceleró el paso, cuanto antes cruzara antes podría tranquilizarse.
Le faltaba la mitad del camino cuando unos pasos detrás de ella le indicaban que alguien la estaba siguiendo. Ella se puso alerta, si tenía que luchar lo haría, no llevaba mucho de valor encima para que le robaran, pero a estas alturas de la vida, un móvil se vendía bastante bien en el mercado negro.
Blanca no se dio la vuelta, igual era incluso una paranoia de su cerebro, no era la única persona que paseaba por la calle, podría ser uno de los vecinos que fueran a su casa.
No vio la cara de su agresor, tampoco lo vio venir, solo noto como le asestaban una puñalada por la espalda. No era policía, pero Blanca supo que aunque el agresor se había llevado su móvil, alguien quería hacerle daño. También supo, sin ser médico, que si nadie pasaba por allí y llamaba a emergencias, ella moriría.
La oscuridad, a la que tanto temía desde bien pequeña, ahora la acogía en su manto. Mientras caía al suelo, pensó en sus padres, en sus compañeros de trabajo, en sus amigos, en sus compañeros del gimnasio. El último pensamiento fue para Ricardo.
—Blanca —creyó oírle gritar a lo lejos.
Sonrió, dejándose llevar por un velo negro.
FIN